A través del desarrollo de la humanidad, las tortugas han estado ligadas, por su aspecto y longevidad, a creencias religiosas, a magia y a mitología. Estos reptiles fueron representados en varias construcciones prehispánicas de Mesoamérica, como las estelas talladas en las ruinas de Quiriguá en Guatemala; las tortugas del Palacio del Gobernador de Uxmal, o las que se encuentran en Templo de los Guerreros en Chichen-Itzá, ambas en Yucatán.
Las tortugas marinas se encuentran estrechamente vinculadas a las comunidades costeras étnicas del país (pómaros, huaves, seris en el Pacífico, mayas en el Caribe, entre otras). Han sido motivo de adoración como deidad al asociarlas a rituales como el de la fertilidad, de gratitud, por proveerlos de alimento y por otros beneficios obtenidos.
Las tortugas han sido una muy importante fuente de proteína también para poblaciones humanas y actualmente representan una potencial fuente de empleo, bajo el concepto de aprovechamiento no extractivo y a través de la oferta de servicios turísticos de aventura o ecológicos.
La historia natural de las tortugas marinas empezó a modificarse en el siglo pasado cuando iniciaron y se mantuvieron la pesca y el intenso saqueo de huevo en playas de anidación, actividades realizadas de forma generalizada en todo el mundo. Esta situación ha puesto, a casi todas las especies de tortuga marina del mundo, en peligro de extinción, y en algunos casos en condiciones críticas de desaparecer, incluidas en el Libro Rojo de especies en riesgo de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).
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