A pesar de sus ocho millones de años, la isla Guadalupe no fue sino hasta 1602 que Sebastián Vizcaíno la descubrió durante sus viajes de exploración de la California, pero permaneció prístina hasta principio del siglo XIX cuando arribaron a ella cazadores rusos y, más tarde, ingleses y americanos. El resultado de esta colonización intermitente fue el casi exterminio de los lobos finos de Guadalupe y los elefantes marinos cuyas pieles, carne y grasa eran muy codiciados. Aparentemente, en esa misma época los barcos balleneros comenzaron a guarecerse ahí, llevando con ellos, la peor de las amenazas a este frágil ecosistema: especies provenientes del continente, entre ellas, cabras para proveerse de carne fresca con qué alimentarse durante sus estancias en la isla, perros, gatos, ratones y semillas de diversas especies, que han constituido desde entonces la más seria amenaza a este ecosistema insular. El impacto fue tal que en una serie de artículos publicados entre 1949 y 1950, el incansable viajero y cronista de Baja California, Fernando Jordán describió a la isla Guadalupe como un "cementerio biológico."